por DulcePrincesa Vie Jul 04, 2008 3:40 pm
No recuerdo bien la hora pero sé que fue un 11 de mayo. El día más maravilloso que pueda vivir una mujer. Todo estaba preparado para nuestro encuentro. Pero aún habiéndolo preparado desde hacía ya tiempo me resultaba muy difícil estar tranquila.
Salí de mi casa vistiendo un vestido claro, largo, suelto... Me maquillé un poco me peiné de alto... Quería que me viera bonita.
Caminaba por la calle imaginando su rostro al verme. Pensaba en lo que sentiría cuando me tuviera frente a él. En lo que yo sentiría al tenerlo entre mis brazos en esa íntima caricia que solo una relación como la nuestra podría conocer. Y mi nerviosismo aumentaba.
Comencé a rezar, ya no sabía cómo hacer para estar serena. De pronto, como si él lo hubiera sabido, lo sentí. Lo sentí conmigo y eso bastó para recuperar la calma... Por lo menos por un rato.
Había ansiado ese momento más que a nada en este mundo, y sin embargo, a punto de entrar en la habitación mis piernas comenzaron a temblar, mis brazos a penas podían sostener el bolso. Pensé en mi madre. Tenía tantas expectativas que apenas podía separarlas de mi realidad.
Frente a mí, la cama. Mi respiración se tornó tan violenta, aún hoy, cuando recuerdo ese instante mi piel se estremece.
Por él estaba allí, a punto de vivir la experiencia más sublime que pueda existir. Por él estaba sentada en aquella cama sintiéndolo a travéz de mi piel.
El miedo aumentaba. Eran tantas las cosas que tenía en mi mente: experiencias de amigas, de amigas de mis amigas, comentarios de profesionales. Pero nada en aquel instante fue suficiente para calmar mis ansias.
Y entonces él movió en mi interior. Supe que todo había comenzando. Qué quería más de mí, así como yo quería más de él. De pronto, a pesar de las circunstancias el mundo se redujo a nosotros dos. Él y yo. Él dentro de mi ser, y yo sintiéndolo, dibujando en mi mente su rostro con los ojos apretados por el dolor inevitable.
No duró mucho, sin embargo en cuanto pude tocarlo el tiempo se detuvo para que pudiera sentirlo, tan suave, tan bello. Tan mío.
En ese instante, como queriendo decir quién sabe que cosa, su manito chiquita se deslizó hasta mi rostro y me miró con la mirada más pura, y sincera que había visto en mi vida. Y supe que ese momento será el que me impulse a seguir adelante cada día del resto de mi vida, el nacimiento de mi hijo Adriano.