No es una sino varias a la vez. No es propia de una sola región ni de un solo país. Generalmente vestida de
negro, aunque a veces de etéreo blanco, a la Llorona se la escucha y se la ve en diversas zonas,
regiones y países.
Aseguran quienes la han visto (y este rasgo se respeta y repite en las
contadas) que la Llorona es una mujer hermosa que ha conocido
el amor y lo ha vivido plenamente aún desafiando convenciones sociales que difieren según la geografía y la época a la que se le atribuye origen.
Al intentar «explicar» sus apariciones en la noche, se
le suele atribuir un origen similar al que es más común en Mesoamérica
y en países de Sudamérica: pasión de fuego y ternura en los jardines y
los fondos de una casa señorial de Guatemala en noches de luna pálida,
brumas cómplices y perturbadoras nubes
de verano que las diferencias sociales y étnicas no pudieron impedir.
Este amor entre una joven de la sociedad criolla y un varón de ¡a gente originaria multiplicó la vida en el vientre de la mujer que, protegida por su nodriza, disimuló el embarazo, vivió el parto con el sufrimiento
de la culpa por la trasgresión y el temor a ser descubierta y, antes que amaneciese, a escondidas de la
luna y con largas ropas negras, fue hasta la fuente de la ciudad y ahogó en ella al hijo, prueba
de su desacato a la moral hegemónica.
Llora y llora siempre, la Llorona. Todos la escuchan aunque sólo son hombres quienes la ven.
Desde su belleza sin vida y sus vestidos negros descuidados, busca en los
rostros y en los ojos de ellos al hijo que asesinó y que, locamente ilusionada,
espera encontrar vivo y crecido para pedirle su perdón.
Más
al norte del continente, se identifica a la Llorona con Marina, la
Malinche de extraña belleza que, por no perder el amor de Hernán
Cortés, traicionó a su nación y a su gente entregándole al amante
español las llaves de la palabra y los saberes, llaves que utilizó
Cortés para la destrucción del pueblo azteca.
De la Llorona y sus apariciones se habla con frecuencia en la Patagonia y en su territorio conviven cuatro posibles orígenes, cada uno relacionado a sucesos y problemáticas determinadas.
Uno de ellos coincide con la historia guatemalteca del amor con culpa y
el crimen del hijo pero fortalece el acento sobre la desigualdad
de género.
Los otros tres orígenes insisten y amplifican el tema de la injusticia.
La condición de mujer como paradigma de la inequidad es e! elemento unificador de todas las Lloronas del
sur del continente.
Más allá del nombre que ella tenga o haya tenido, en la Patagonia, el reclamo por la Justicia es el
verdadero nombre de esta «presencia» femenina.
La Llorona de Bahía Blanca
El Teatro Municipal de Bahía Blanca, uno de los exponentes más destacados del patrimonio arquitectónico del sur del país, también cuenta con una «Llorona».
A falta de
datos precisos o alguna historia puntual que dé razones del origen de
esta suerte de «fantasma de la Ópera de París», abundan las referencias
a la audición de sus llantos agudos y prolongados
cuando el público no está, el silencio alimenta lo sagrado del espacio y el escenario está vacío.
La Llorona de Primeros Pinos
Cerca de la ciudad de Zapala, provincia de Neuquén, hay una zona conocida como Primeros
Pinos, paisaje de gran belleza y promocionado lugar de turismo especialmente invernal.
Que «ronda la zona de la Hostería» se dice y se repite al referirse a una extraña «presencia» a la que suele verse en
derredor de la Hostería de Primeros Pinos y de la que suelen escucharse sus lamentos.
La describen como una mujer alta y corpulenta que usa una trenza larga y que
viste ropas de muchos colores. De ahí que también se la llame como «La
Trenzuda de Primeros Pinos»o «La Trenzuda de la hostería».
La Llorona de Las Grutas
Se recupera al mar en el invierno.
Lejos
la vacuidad y abigarramiento de los turistas y de las ofertas de
consumo para ellos, las playas acrecientan su condición femenina de
atraer y rehuir, provocar y esfumarse.
Y también los seres, comunes o extraordinarios, que las habitan.
De «La Llorona de Las Grutas»habla
Marcos, nativo del lugar y estudiante de Comunicación Social. Al hablar
traslada y reconstruye esas aguas cálidas, sumamente cálidas del Golfo
San Matías (temperatura que habitualmente ronda los 21 grados), esas
playas distantes quince kilómetros de San Antonio Oeste, y los acantilados de piedra horadada (de ahí el nombre de «Las Grutas») que
las circundan a lo largo de varios kilómetros.
Otra
vez la historia de una mujer (de edad mediana, -en este caso) y su
desesperado intento de hacer desaparecer al hijo recién parido que,
teme, complicará su vida social y profesional.
Es de noche. Y es invierno. La mujer conoce al detalle los horarios de las mareas.
Los ha ido comprobando todos los días en una rutina tan minuciosa y acida como la de
calcular los días y horas que le iban faltando para el parto.
Se cubre con una ropa oscura que la oculte mejor ante cualquier, aunque imprevisible en esa época,
paseante de la noche y espera el horario exacta de la pleamar en su plenitud.
Atraviesa
la ciudad desierta, desciende por la escalera de una de las cuatro
«bajadas» hasta el mar y, empapada en lágrimas y en ese molesto sudor
frío que la recorre desde que saltó de la cama
para cumplir con lo que ya tenía decidido, entra al mar y ahoga en sus aguas al recién nacido.
No se lo deja al mar. Teme ser descubierta. Regresa a la playa con el niño muerto en los brazos.
Entierra el cadáver y vuelve a encerrarse en la casa que había alquilado por todo el invierno.
Para algunos, nunca más volvió a Las Grutas y es su culpa la que la
transporta hasta la misma ciudad, hasta las mismas piedras y hasta
las mismas playas para recorrerlas durante la noche y clamar al mar que le
devuelva la vida que ella le entregó.
Para otros, es la suicida rubia de edad mediana cuyo cadáver descubrieron
los pulperos una mañana en la zona de Piedras Coloradas.
Para todos, es la sombra oscura que se confunde con el mar en las «altas» de las noches de invierno
mientras un llanto doloroso de mujer vibra en el viento con el sonido poderoso de las aguas al golpear
contra las piedras horadadas de la costa.
La Llorona del Gran Neuquén
Chicos, porteros y maestros, todos por igual, hablan de ella. Sin temor. No se la menciona
con miedo o aprensión. Hasta diríamos que existe una mención reverente de ella cuando se constata alguna de sus apariciones.
El dolor produce respeto. Y «La Llorona del Gran Neuquén» padece dolor, se sostiene en el
dolor, la potencia y la mueve el dolor.
«Parece que había un pequeño cementerio en este terreno donde levantaron la escuela. El gobierno construyó todo a las apuradas.
Como siempre. El barrio, la escuela, todo... Para hacerse propaganda. No respetaron las tumbas ni el reclamo de la gente. Dicen que la señora tiene sus hijitos enterrados aquí abajo y por eso viene a verlos, a visitarlos y a protestar porque los taparon con el edificio...»comenta una docente de la escuela.
Lo curioso de esta Llorona es que vuela. Éste es el único registro encontrado en América de «Lloronas»que se
desplacen por el aire.
Vuela y tizna los ángulos de los muros de la escuela. Son precisamente esas marcas de tizne («Es por el dolor que tiene, porque sufre tanto es...») las que provocan los comentarios entre los chicos y la gente del barrio acerca de que «Anoche anduvo la Llorona», «Estuvo anoche ¿vieron?», «Mira... ¡La pared marcada! Anda
penando otra vez».
La razón de ser de las Lloronas del valle de la Norpatagonia, a diferencia de las otras que surgen en la
región y en todo el continente, no es la culpa sino el reclamo de justicia y de respeto por los derechos y la
cultura del ser humano.
La Llorona de Valle Azul
Unos mil habitantes tiene el pequeño pueblo de Valle Azul. Los une la vecindad del río y la fruticultura. Ubicado
sobre la margen sur del río Negro, y cerca de Chichínales, se levanta en un valle de unas 12.000 hectáreas,
con unas 2.500 en producción. Nace con el siglo XX y el asentamiento de colonos dedicados, principalmente, a la explotación agrícola-ganadera.
Sociedades belgas y francesas eran las propietarias de explotaciones que, con
posterioridad, fueron vendidas y subdivididas debido a las dificultades para sacar la producción.
La
carencia de un puente, que recién se concretó un año atrás, es una
constante en su historia. Durante todo el siglo XX, la vinculación con
la margen norte del río se realizó a través de balsas en las que
transportaban la producción, principalmente de tomates, hasta el
desaparecido pueblo de Julián Romero, ubicado unos 17 kilómetros al
este de Chichínales. O se recorrían más de 160 kilómetros por huellas
para llegar hasta la balsa ubicada en Paso Córdova (en General Roca) o
se atravesaba el río en botes y balsas precarias en un paso cercano a
Valle Azul: «Quienes hacían tomates llegaban con los hollejos, o con la fruta muy golpeada»recuerda
un antiguo poblador. Pese a esto, la producción ganadera, en forma
progresiva y paulatina, fue siendo suplantada por la agrícola,
especialmente desde la llegada de colonos argelinos y franceses, que se
instalaron en la zona durante la década del '70.
En el anecdotario del extremo este de la región del Alto Valle de Río Negro están fuertemente incorporadas las
frecuentes estadas en la zona de Natalio Botana, director del mítico diario «Crítica»y
figura paradigmática del periodismo argentino, quien vivió varias
temporadas en la estancia La China en la década del '20 y parte de la
del '30. Aún se mantiene la vieja casona, única señal que queda en pie
de aquellas épocas de esplendor de esa estancia y de la otra: La Julia.
El poblador Juan Coronel, en conversación con periodistas del diario «Río Negro»recordó que «luego de Botana vendió a Giménez que era de Chichínales». De propiedad de Giménez pasó a serlo de la familia Manzano que intento reconvertir su producción ganadera en frutícola. así comenzó la caída.
Hoy sólo existen dos familias de franco-argelinos ;, hijos de franceses pero fueron trece las familias de
franco-argelinos que llegaron a Valle Azul.
En
1971, dejaron Argel y retornaron a Francia. El gobierno les ofreció un
crédito para radicarse en el país o fuera de él. Las trece familias probaron suerte en Formosa. La furia de los ríos del
litoral argentino inundó sus tierras. Supieron de la Patagonia, del Alto Valle de Río Negro y del pueblo de Valle
Azul.
Sueño, audacia y tractores, emprendieron el camino hacia el sur
Adquirieron
las tierras de las dos grandes estancias que habían sido ei corazón de
ese lugar: «La China» y «La Julia». Argelinos y franceses subdividieron
la tierra en parcelas de entre siete y ocho hectáreas para convertirlas en chacras.
Testimonia Coronel que «llegaron con sus máquinas y querían tener todo, incluso a mí me querían comprar el campo. Hubo [momentos de tensión...»
De esa historia de cien años testimonian documentos, viejas edificaciones, antiguas bodegas, maltrechas
plantas procesadoras de tomates, alicaídos galpones de empaque, y la memoria oral, la memoria colectiva.
Pero también otra memoria da fe de lo ocurrido: la del imaginario popular que suele no sólo
conservar sino también revitalizar personajes y situaciones que no constan en la historia oficial…
-¿Dónde vamos nosotros ahora? Nos hicieron más corta la tierra... Cada alambre, un patrón... Ésta era mi casa. Éstos eran mis árboles y mi tierra. Sólo nos queda el cielo, ahora. Sólo el aire nos queda. Ni siquiera el agua..
Muchos nativos del lugar se resisten a abandonar sus tierras cultura. El ímpetu
de los colonos franco-argelinos atropella. Cuando la capacidad de convicción no
alcanza, sobreviene la violencia.
-La mayoría de nosotros, molestaba. Quisieron sacarnos. nos resistimos ¡y nos arrancaron!
El fuego devorando el rancho de aquella familia de puesteros le ganó la partida de la luz al amanecer.
No pudieron escapar de la trampa del incendio.
La mujer grita y llora y arrastra los cuerpos del marido y los dos hijos hacia el río. No le alcanzan los brazos y
la Muerte trabaja más rápidamente de lo que puede demorar el río en alzarse de su cauce e inundar el valle para poder defenderlos del exterminio.
Sólo el árbol del frente de la casa quedó en pie.
El viento desparramó las cenizas.
Nadie se hizo cargo del crimen.
Se habló de un descuido con el fuego,
un accidente fortuito, la casualidad...
Los restos calcinados del hombre y de los niños demostraron su muerte.
De la mujer no se encontraron señales.
Y apareció. Y continúa apareciendo.
Y la escucharon llorar. Y continúan escuchándola.
En noches de luna llena y de viento de invierno, desde el árbol sobreviviente continúan
surgiendo los lamentos.
La figura femenina envuelta en ropas negras, el bello rostro tiznado y el llanto que
desgarra la noche continúan.
El reclamo de justicia de la Llorona de Valle Azul, continúa...
negro, aunque a veces de etéreo blanco, a la Llorona se la escucha y se la ve en diversas zonas,
regiones y países.
Aseguran quienes la han visto (y este rasgo se respeta y repite en las
contadas) que la Llorona es una mujer hermosa que ha conocido
el amor y lo ha vivido plenamente aún desafiando convenciones sociales que difieren según la geografía y la época a la que se le atribuye origen.
Al intentar «explicar» sus apariciones en la noche, se
le suele atribuir un origen similar al que es más común en Mesoamérica
y en países de Sudamérica: pasión de fuego y ternura en los jardines y
los fondos de una casa señorial de Guatemala en noches de luna pálida,
brumas cómplices y perturbadoras nubes
de verano que las diferencias sociales y étnicas no pudieron impedir.
Este amor entre una joven de la sociedad criolla y un varón de ¡a gente originaria multiplicó la vida en el vientre de la mujer que, protegida por su nodriza, disimuló el embarazo, vivió el parto con el sufrimiento
de la culpa por la trasgresión y el temor a ser descubierta y, antes que amaneciese, a escondidas de la
luna y con largas ropas negras, fue hasta la fuente de la ciudad y ahogó en ella al hijo, prueba
de su desacato a la moral hegemónica.
Llora y llora siempre, la Llorona. Todos la escuchan aunque sólo son hombres quienes la ven.
Desde su belleza sin vida y sus vestidos negros descuidados, busca en los
rostros y en los ojos de ellos al hijo que asesinó y que, locamente ilusionada,
espera encontrar vivo y crecido para pedirle su perdón.
Más
al norte del continente, se identifica a la Llorona con Marina, la
Malinche de extraña belleza que, por no perder el amor de Hernán
Cortés, traicionó a su nación y a su gente entregándole al amante
español las llaves de la palabra y los saberes, llaves que utilizó
Cortés para la destrucción del pueblo azteca.
De la Llorona y sus apariciones se habla con frecuencia en la Patagonia y en su territorio conviven cuatro posibles orígenes, cada uno relacionado a sucesos y problemáticas determinadas.
Uno de ellos coincide con la historia guatemalteca del amor con culpa y
el crimen del hijo pero fortalece el acento sobre la desigualdad
de género.
Los otros tres orígenes insisten y amplifican el tema de la injusticia.
La condición de mujer como paradigma de la inequidad es e! elemento unificador de todas las Lloronas del
sur del continente.
Más allá del nombre que ella tenga o haya tenido, en la Patagonia, el reclamo por la Justicia es el
verdadero nombre de esta «presencia» femenina.
La Llorona de Bahía Blanca
El Teatro Municipal de Bahía Blanca, uno de los exponentes más destacados del patrimonio arquitectónico del sur del país, también cuenta con una «Llorona».
A falta de
datos precisos o alguna historia puntual que dé razones del origen de
esta suerte de «fantasma de la Ópera de París», abundan las referencias
a la audición de sus llantos agudos y prolongados
cuando el público no está, el silencio alimenta lo sagrado del espacio y el escenario está vacío.
La Llorona de Primeros Pinos
Cerca de la ciudad de Zapala, provincia de Neuquén, hay una zona conocida como Primeros
Pinos, paisaje de gran belleza y promocionado lugar de turismo especialmente invernal.
Que «ronda la zona de la Hostería» se dice y se repite al referirse a una extraña «presencia» a la que suele verse en
derredor de la Hostería de Primeros Pinos y de la que suelen escucharse sus lamentos.
La describen como una mujer alta y corpulenta que usa una trenza larga y que
viste ropas de muchos colores. De ahí que también se la llame como «La
Trenzuda de Primeros Pinos»o «La Trenzuda de la hostería».
La Llorona de Las Grutas
Se recupera al mar en el invierno.
Lejos
la vacuidad y abigarramiento de los turistas y de las ofertas de
consumo para ellos, las playas acrecientan su condición femenina de
atraer y rehuir, provocar y esfumarse.
Y también los seres, comunes o extraordinarios, que las habitan.
De «La Llorona de Las Grutas»habla
Marcos, nativo del lugar y estudiante de Comunicación Social. Al hablar
traslada y reconstruye esas aguas cálidas, sumamente cálidas del Golfo
San Matías (temperatura que habitualmente ronda los 21 grados), esas
playas distantes quince kilómetros de San Antonio Oeste, y los acantilados de piedra horadada (de ahí el nombre de «Las Grutas») que
las circundan a lo largo de varios kilómetros.
Otra
vez la historia de una mujer (de edad mediana, -en este caso) y su
desesperado intento de hacer desaparecer al hijo recién parido que,
teme, complicará su vida social y profesional.
Es de noche. Y es invierno. La mujer conoce al detalle los horarios de las mareas.
Los ha ido comprobando todos los días en una rutina tan minuciosa y acida como la de
calcular los días y horas que le iban faltando para el parto.
Se cubre con una ropa oscura que la oculte mejor ante cualquier, aunque imprevisible en esa época,
paseante de la noche y espera el horario exacta de la pleamar en su plenitud.
Atraviesa
la ciudad desierta, desciende por la escalera de una de las cuatro
«bajadas» hasta el mar y, empapada en lágrimas y en ese molesto sudor
frío que la recorre desde que saltó de la cama
para cumplir con lo que ya tenía decidido, entra al mar y ahoga en sus aguas al recién nacido.
No se lo deja al mar. Teme ser descubierta. Regresa a la playa con el niño muerto en los brazos.
Entierra el cadáver y vuelve a encerrarse en la casa que había alquilado por todo el invierno.
Para algunos, nunca más volvió a Las Grutas y es su culpa la que la
transporta hasta la misma ciudad, hasta las mismas piedras y hasta
las mismas playas para recorrerlas durante la noche y clamar al mar que le
devuelva la vida que ella le entregó.
Para otros, es la suicida rubia de edad mediana cuyo cadáver descubrieron
los pulperos una mañana en la zona de Piedras Coloradas.
Para todos, es la sombra oscura que se confunde con el mar en las «altas» de las noches de invierno
mientras un llanto doloroso de mujer vibra en el viento con el sonido poderoso de las aguas al golpear
contra las piedras horadadas de la costa.
La Llorona del Gran Neuquén
Chicos, porteros y maestros, todos por igual, hablan de ella. Sin temor. No se la menciona
con miedo o aprensión. Hasta diríamos que existe una mención reverente de ella cuando se constata alguna de sus apariciones.
El dolor produce respeto. Y «La Llorona del Gran Neuquén» padece dolor, se sostiene en el
dolor, la potencia y la mueve el dolor.
«Parece que había un pequeño cementerio en este terreno donde levantaron la escuela. El gobierno construyó todo a las apuradas.
Como siempre. El barrio, la escuela, todo... Para hacerse propaganda. No respetaron las tumbas ni el reclamo de la gente. Dicen que la señora tiene sus hijitos enterrados aquí abajo y por eso viene a verlos, a visitarlos y a protestar porque los taparon con el edificio...»comenta una docente de la escuela.
Lo curioso de esta Llorona es que vuela. Éste es el único registro encontrado en América de «Lloronas»que se
desplacen por el aire.
Vuela y tizna los ángulos de los muros de la escuela. Son precisamente esas marcas de tizne («Es por el dolor que tiene, porque sufre tanto es...») las que provocan los comentarios entre los chicos y la gente del barrio acerca de que «Anoche anduvo la Llorona», «Estuvo anoche ¿vieron?», «Mira... ¡La pared marcada! Anda
penando otra vez».
La razón de ser de las Lloronas del valle de la Norpatagonia, a diferencia de las otras que surgen en la
región y en todo el continente, no es la culpa sino el reclamo de justicia y de respeto por los derechos y la
cultura del ser humano.
La Llorona de Valle Azul
Unos mil habitantes tiene el pequeño pueblo de Valle Azul. Los une la vecindad del río y la fruticultura. Ubicado
sobre la margen sur del río Negro, y cerca de Chichínales, se levanta en un valle de unas 12.000 hectáreas,
con unas 2.500 en producción. Nace con el siglo XX y el asentamiento de colonos dedicados, principalmente, a la explotación agrícola-ganadera.
Sociedades belgas y francesas eran las propietarias de explotaciones que, con
posterioridad, fueron vendidas y subdivididas debido a las dificultades para sacar la producción.
La
carencia de un puente, que recién se concretó un año atrás, es una
constante en su historia. Durante todo el siglo XX, la vinculación con
la margen norte del río se realizó a través de balsas en las que
transportaban la producción, principalmente de tomates, hasta el
desaparecido pueblo de Julián Romero, ubicado unos 17 kilómetros al
este de Chichínales. O se recorrían más de 160 kilómetros por huellas
para llegar hasta la balsa ubicada en Paso Córdova (en General Roca) o
se atravesaba el río en botes y balsas precarias en un paso cercano a
Valle Azul: «Quienes hacían tomates llegaban con los hollejos, o con la fruta muy golpeada»recuerda
un antiguo poblador. Pese a esto, la producción ganadera, en forma
progresiva y paulatina, fue siendo suplantada por la agrícola,
especialmente desde la llegada de colonos argelinos y franceses, que se
instalaron en la zona durante la década del '70.
En el anecdotario del extremo este de la región del Alto Valle de Río Negro están fuertemente incorporadas las
frecuentes estadas en la zona de Natalio Botana, director del mítico diario «Crítica»y
figura paradigmática del periodismo argentino, quien vivió varias
temporadas en la estancia La China en la década del '20 y parte de la
del '30. Aún se mantiene la vieja casona, única señal que queda en pie
de aquellas épocas de esplendor de esa estancia y de la otra: La Julia.
El poblador Juan Coronel, en conversación con periodistas del diario «Río Negro»recordó que «luego de Botana vendió a Giménez que era de Chichínales». De propiedad de Giménez pasó a serlo de la familia Manzano que intento reconvertir su producción ganadera en frutícola. así comenzó la caída.
Hoy sólo existen dos familias de franco-argelinos ;, hijos de franceses pero fueron trece las familias de
franco-argelinos que llegaron a Valle Azul.
En
1971, dejaron Argel y retornaron a Francia. El gobierno les ofreció un
crédito para radicarse en el país o fuera de él. Las trece familias probaron suerte en Formosa. La furia de los ríos del
litoral argentino inundó sus tierras. Supieron de la Patagonia, del Alto Valle de Río Negro y del pueblo de Valle
Azul.
Sueño, audacia y tractores, emprendieron el camino hacia el sur
Adquirieron
las tierras de las dos grandes estancias que habían sido ei corazón de
ese lugar: «La China» y «La Julia». Argelinos y franceses subdividieron
la tierra en parcelas de entre siete y ocho hectáreas para convertirlas en chacras.
Testimonia Coronel que «llegaron con sus máquinas y querían tener todo, incluso a mí me querían comprar el campo. Hubo [momentos de tensión...»
De esa historia de cien años testimonian documentos, viejas edificaciones, antiguas bodegas, maltrechas
plantas procesadoras de tomates, alicaídos galpones de empaque, y la memoria oral, la memoria colectiva.
Pero también otra memoria da fe de lo ocurrido: la del imaginario popular que suele no sólo
conservar sino también revitalizar personajes y situaciones que no constan en la historia oficial…
-¿Dónde vamos nosotros ahora? Nos hicieron más corta la tierra... Cada alambre, un patrón... Ésta era mi casa. Éstos eran mis árboles y mi tierra. Sólo nos queda el cielo, ahora. Sólo el aire nos queda. Ni siquiera el agua..
Muchos nativos del lugar se resisten a abandonar sus tierras cultura. El ímpetu
de los colonos franco-argelinos atropella. Cuando la capacidad de convicción no
alcanza, sobreviene la violencia.
-La mayoría de nosotros, molestaba. Quisieron sacarnos. nos resistimos ¡y nos arrancaron!
El fuego devorando el rancho de aquella familia de puesteros le ganó la partida de la luz al amanecer.
No pudieron escapar de la trampa del incendio.
La mujer grita y llora y arrastra los cuerpos del marido y los dos hijos hacia el río. No le alcanzan los brazos y
la Muerte trabaja más rápidamente de lo que puede demorar el río en alzarse de su cauce e inundar el valle para poder defenderlos del exterminio.
Sólo el árbol del frente de la casa quedó en pie.
El viento desparramó las cenizas.
Nadie se hizo cargo del crimen.
Se habló de un descuido con el fuego,
un accidente fortuito, la casualidad...
Los restos calcinados del hombre y de los niños demostraron su muerte.
De la mujer no se encontraron señales.
Y apareció. Y continúa apareciendo.
Y la escucharon llorar. Y continúan escuchándola.
En noches de luna llena y de viento de invierno, desde el árbol sobreviviente continúan
surgiendo los lamentos.
La figura femenina envuelta en ropas negras, el bello rostro tiznado y el llanto que
desgarra la noche continúan.
El reclamo de justicia de la Llorona de Valle Azul, continúa...