Roberto
Fontanarrosa. "Intervención en el Congreso de la Lengua" (Rosario,
Argentina, 19 de abril de 2004) Las Malas PalabrasNo sé qué tiene que ver con lo de la internacionalización, que, aparte, ahora
que pienso, ese título lo habrán puesto para decir que una persona que logra
decir correctamente in-ter-na-cio-na-li-za-ción es capaz de ponerse en un
escenario y hablar algo –porque es como un test que han hecho.
Algo tendrá que ver el tema, éste, el de las malas palabras, por ejemplo, con
éste, como el que decía el amigo Escribo (José Claudio Escribano). Se nota que
es tan polémica esta mesa que es la única a la que le han asignado “escribano”
para que se controle todo lo que se dice en ella.
Es un aporte real en cuanto al intercambio. Me ha tocado vivir, cuando he
tenido que acompañar a la Selección Argentina a partidos (de fútbol) en
Latinoamérica. El intercambio que hay en esos casos de este lenguaje, es de una
riqueza notable; es más, en Paraguay nos decían “come gatos” que es,
estrictamente para los rosarinos, “un rosarinismo”.
Un Congreso de la Lengua es, más que todo, para plantearse preguntas. Yo, como
casi siempre hablo desde el desconocimiento, me pregunto por qué son malas las
malas palabras, quién las define como tal. ¿Quién y por qué? ¿Quién dice qué
tienen las malas palabras? ¿Son malas porque son de mala calidad? ¿O sea que
cuando uno las pronuncia se deterioran? ¿O, cuando uno las utiliza, tienen
actitudes reñidas con la moral?
Obviamente, no se quién las define como malas palabras. Tal vez sean (ellas)
como esos villanos de viejas películas –como las que nosotros veíamos–, que en
un principio eran buenos, pero que al final la sociedad los hizo malos. Tal vez
nosotros, al marginarlas, las hemos derivado en palabras malas. Lo que yo
pienso es que brindan otros matices, muchas de ellas. Yo soy fundamentalmente
dibujante, con lo que uno se preguntará: ¿qué hace ese muchacho arriba del
escenario? Manejo muy mal el color, por ejemplo, pero a través de eso sé que
cuanto más matices tenga uno, más puede defenderse, para expresarse, para
transmitir, para graficar algo; entonces: hay palabras, palabras, palabras de las
denominadas malas palabras que son irremplazables, por sonoridad, por fuerza,
algunas incluso por contextura física de la palabra. No es lo mismo decir que
una persona es “tonta” o “zonza”, que decir que es un “pelotudo”. “Tonto” puede
incluso incluir un problema de disminución neurológica realmente agresivo.
El secreto de la palabra “pelotudo”, ya universalizada –no sé si está en el
diccionario de dudas–, está en que también puede hacer referencia a algo que
tiene pelotas, que puede ser un utilero de fútbol que es un pelotudo porque
traslada las pelotas; pero lo que digo, el secreto, la fuerza, está en la letra
“t”. Analicémoslo –anoten las maestras–: está en la letra “t”, puesto que no es
lo mismo decir “zonzo” que decir “peloTudo”.
Otra cosa, hay una palabra maravillosa que en otros países está exenta de culpa
–esa es otra particularidad, porque todos los países tienen malas palabras pero
se ve que las leyes de algunos países protegen y en otros no–, hay una palabra
maravillosa, decía, que es “carajo”. Yo tendría que recurrir a mi amigo y
conocer Arturo Pérez Reverte, conocedor en cuanto a la navegación, porque tengo
entendido que “el carajo” era el lugar donde se colocaba el vigía, en lo alto
de los mástiles de los barcos para divisar tierra o lo que fuere; entonces
mandar a una persona al carajo era estrictamente eso, mandarlo ahí arriba.
Amigos mexicanos con los que estuve cenando anoche me estuvieron enseñando una
cantidad de malas palabras mexicanas. Ahora que lo pienso creo que me estaban
insultando porque se suscitó un problema con la cuenta a la hora de pagar. Me
explicaban que las islas Carajo son unas islas que están en el océano Índico.
En España, el “carajillo” es el café con coñac y acá apareció como mala
palabra, al punto que se llega a los eufemismos, se decía “caracho”; es de una
debilidad absoluta y de una hipocresía… ¿no?
A veces hay periódicos que ponen: “El senador Fulano de Tal envió a la m… a su
par”. La triste función de esos puntos suspensivos, realmente el papel absurdo
que están haciendo ahí, merecería también una discusión acá, en el Congreso de
la Lengua.
Voy a ir cerrando. Hay otra palabra que quiero apuntar que creo es fundamental
en el idioma castellano, que es la palabra “mierda”, que también es
irremplazable. El secreto de la contextura física está en la “r” –anoten las
docentes–, porque es mucho más débil como la dicen los cubanos: “mieLda”, que
suena a chino, y eso –yo creo que ahí está la base de los problemas que ha
tenido la Revolución cubana–, le quita posibilidades de expresividad.
Voy cerrando, después de este aporte medular que he hecho al lenguaje y al
Congreso. Lo que yo pido es que atendamos a esta condición terapéutica de las
malas palabras. Mi psicoanalista dice que es imprescindible para descargarse,
para dejar de lado el estrés y todo ese tipo de cosas. Lo único que yo pediría
(no quiero hacer una teoría) es reconsiderar la situación de estas palabras.
Pido una amnistía para la mayoría de ellas. Vivamos una Navidad sin malas
palabras e integrémoslas al lenguaje, que las vamos a necesitar.
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